22 enero 2020

Antes de que comenzara la revolución siria, y el posterior inicio del conflicto que siguió a esta, mi infancia era de esperanza y paz. Tenía sue?os y una idea clara de cómo hacer realidad esos sue?os. Crecí en Daraa con mis padres y hermanos. Mi padre era profesor. ?ramos felices. Mis tías, mis tíos y mis primos vivían cerca de nosotros. A veces pasaba por su casa después del colegio y nos contábamos cómo nos había ido el día, jugábamos y hacíamos los deberes juntos. Estaba rodeada de gente que conocía.

La escuela representó la mayor parte de mi infancia, fue donde me conocí a mí misma, mis ideas y mis sue?os. A medida que adquiría conocimientos sobre el mundo, empecé a reflexionar sobre cuál sería mi papel en él. Me encantaba escribir y pensaba que un día me convertiría en periodista, viajaría a lugares donde mis historias iluminarían la vida de la gente, sus éxitos y sus momentos de dolor. En esos momentos nunca pensé que pronto me vería envuelta en el sufrimiento sobre el cual un día pensé que iba a informar.

Sin embargo, cuando tenía unos 12 a?os, mi mundo quedó consumido por la guerra. Con el tiempo, mi trayecto a la escuela se volvió demasiado peligroso, al igual que sentarse en el aula donde antes me sentía segura. Ya no podía ir andando libremente a visitar a mis familiares. En cambio, me quedaba en casa, y los días que iba a la escuela, después volvía directamente a casa. Los ni?os de los vecinos ya no jugaban en la calle, y yo ya no miraba por la ventana para ver lo que pasaba. Oír el sonido de las bombas y los disparos era suficiente para saber lo que estaba pasando, y no quería ver cómo se producía la destrucción. Poco después, mi padre ya no podía trabajar; la violencia era demasiado intensa. Mis amigos y yo no podíamos vernos como antes. Seguimos intentando estar ahí los unos para los otros, pero la vida era difícil. La vida de todos nosotros se complicó.?

A principios de 2013, los bombardeos se habían intensificado y muchos de nuestros amigos y familiares se habían visto obligados a abandonar sus hogares. Llegó la hora de que nosotros también huyéramos. Cruzamos la frontera de Jordania y llegamos al campo de refugiados de Za'atari. Lo primero que hice fue averiguar si había una escuela a la que pudiera asistir. Me sentí muy aliviada cuando supe que había una. Estaba ansiosa por saber qué tipo de escuela era, qué me ense?arían y quiénes serían mis compa?eros y compa?eras de clase. Mientras atravesaba el campo para ir a clase, me cruzaba con gente en sus refugios. Recuerdo que los miraba y me preguntaba cuánto tiempo llevaban allí y cuánto tiempo más tendrían que quedarse. Me sorprendió ver que los ni?os y las ni?as, entre ellos muchas ni?as de mi edad, también permanecían en sus refugios. ?Por qué no estaban en clase?, me pregunté. Cuando supe que muchas ni?as y sus familias habían perdido la fe en la educación, fui de tienda en tienda haciendo campa?a para que las ni?as fueran a la escuela. A partir de ese momento me convertí en activista en favor de la educación y, más tarde, en Embajadora de Buena Voluntad del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

La educación es la clave de la paz y la prosperidad, y la base de la igualdad. La falta de educación en muchas regiones del mundo es una de las mayores farsas de la actualidad y uno de los principales factores que contribuyen a los conflictos, la desigualdad y la pobreza. Con cada a?o de educación que una persona completa, se abre una nueva puerta, y a medida que pasan los a?os, cada una de esas puertas se abre más. Por el contrario, con cada a?o de educación que se pierde, las puertas se cierran, las oportunidades disminuyen y la pobreza se agrava.? ?

El poder de la educación va mucho más allá del ni?o y su familia. La educación es una oportunidad de desarrollo estratégico. Los ni?os y ni?as con una mejor educación tienen más probabilidades de gozar de buena salud y de obtener mayores ingresos. Es más probable que creen economías y sociedades pacíficas y prósperas. Cuando las ni?as pueden completar una educación de calidad, es probable que se casen más tarde, tengan menos hijos y les proporcionen una mejor asistencia sanitaria y educación.

A pesar de que los beneficios de la educación son ampliamente conocidos y reconocidos, hoy en día más de 250 millones de ni?os no están escolarizados. Para los que sí van la escuela, la falta de ense?anza y materiales de calidad, un plan de estudios anticuado o un entorno inseguro o discriminatorio que no favorece el aprendizaje se traduce en que carezcan de capacitación o de las habilidades que necesitan para aprovechar al máximo las oportunidades, o para crear otras nuevas para sí mismos.

Los conflictos y los desastres son las principales causas de que los ni?os no vayan a la escuela. Hasta uno de cada tres ni?os no escolarizados del mundo vive en un país afectado por una guerra o un desastre. Debemos preguntarnos, ?qué posibilidades tienen estos ni?os de vivir en paz si no pueden ir a la escuela? Para los ni?os atrapados en la guerra o desarraigados de sus hogares debido a la violencia, el cambio climático o la pobreza extrema, la educación no sólo proporciona una rutina, un lugar seguro para aprender y una oportunidad para jugar y hacer amigos, sino que también ofrece a los ni?os una sensación de normalidad cuando sus vidas han dado un vuelco, y les da la oportunidad de contribuir a consolidar la paz y reconstruir sus comunidades. Debemos alzar la voz por esos ni?os, y por todos los ni?os que pierden su derecho a aprender. No podemos seguir tolerando que los ni?os y las ni?as no vayan a la escuela y no aprendan, no podemos permitir que se oprima y discrimine a las ni?as y no podemos descansar hasta que se respete el derecho de todos los ni?os a la educación.

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