En la ambiciosa Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que fue aprobada por 193 países en 2015, no se hace ninguna referencia a la generosidad, la acción de dar sin esperar nada a cambio. Si bien puede parecer una omisión sorprendente, la Agenda 2030 sigue siendo notable, ya que une a todos los Estados Miembros de las Naciones Unidas en la lucha por el logro de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), no solo a aquellos países clasificados tradicionalmente como “en desarrollo” o “menos adelantados”. La Agenda 2030 representa el reconocimiento de que “estamos todos en el mismo barco” y de que necesitamos trabajar juntos para construir un mundo mejor.
En muchos sentidos, con la introducción de los ODS, hemos empezado a reconocer la gran interdependencia que existe entre todos los seres vivos del planeta y el modo en que las acciones de una persona o un país pueden afectar a otros que viven a miles de kilómetros de distancia. El cambio climático es un claro ejemplo de esta interdependencia. Las acciones de un país pueden desencadenar fenómenos meteorológicos extremos como sequías e inundaciones, lo que obstaculiza todos los progresos mundiales hacia la consecución de los ODS.
El grado y la intensidad de la interdependencia entre los distintos ODS y entre los seres vivos en general plantea un dilema moral y conductual. Todos estamos de acuerdo en que vivimos en un planeta con unos recursos finitos. Según Global Footprint Network, para nuestro nivel de consumo actual se necesitan 1,7 planetas y, para 2030, se necesitarán dos Tierras. Con este pasmoso ritmo de consumo, la redistribución de los recursos entre las personas dentro de un mismo país y entre los distintos países es esencial para lograr los ODS.
Esto me lleva a la importancia de la generosidad, que, debido a su carácter neurobiológico, mejora la felicidad y el bienestar de la persona que da y de la que recibe.
La acción de dar es primordial, pero el acto de evitar caer en el hedonismo también se puede considerar un acto de generosidad.
Si continuamos con la mentalidad actual, consistente en que debemos aumentar la producción para reducir la brecha de la desigualdad, estamos destinados al fracaso. Por el contrario, tenemos que aprender a compartir y asimilar la noción de que la riqueza económica por sí sola no es la clave de la felicidad. Existen bastantes estudios que demuestran que hay en realidad un “punto de la felicidad” a partir del cual cualquier peque?o aumento de la felicidad se ve reducido con cada nuevo dólar de riqueza material. Esto no se debe confundir con el socialismo ni con el comunismo, sino que es más bien lo que Immanuel Kant denominaba el “imperativo moral” de cada persona. La acción de dar es primordial, pero el acto de evitar caer en el hedonismo también se puede considerar un acto de generosidad.
Es fundamental reconocer que la riqueza económica es realmente importante para entender el bienestar de una forma multidimensional, como argumentaron los economistas Amartya Sen y Joseph Stiglitz, entre muchos otros. Dado que el bienestar es multidimensional y que las personas cuentan con distintos grados de preferencia respecto de las distintas dimensiones del bienestar, la compensación de unos aspectos con otros es una realidad consolidada en la toma de decisiones de nuestro día a día.
Este tipo de decisiones son un poco más complejas en comparación con la propuesta del modelo racional del actual sistema económico neoliberal. En cambio, la toma de decisiones por parte de las personas es altamente irracional, como quedó claramente demostrado en Las trampas del deseo: Cómo controlar los impulsos irracionales que nos llevan al error (2008), de Dan Ariely, y en Pensar rápido, pensar despacio (2011), de Daniel Kahneman. Sin embargo, lo que propongo en este caso es que, aunque percibamos el cerebro emocional como irracional, las últimas investigaciones neurocientíficas indican que desempe?a un papel importante en la toma de decisiones. En caso de que así sea, entonces esta dimensión, independientemente de si la calificamos de irracional o de emocional, se podría considerar en realidad como la salvación de la humanidad. No obstante, esto solo será posible si se entrena el cerebro emocional.
La buena noticia es que las personas son empáticas por naturaleza. Sin embargo, este rasgo natural se ha visto reprimido debido al entorno externo al que estamos sujetos hoy en día. El ritmo de vida vertiginoso, el aumento de la inseguridad laboral, el estrés ligado a la necesidad de sobresalir en todo momento y, en los últimos tiempos, la mayor frecuencia de los fenómenos extremos provocados por el cambio climático ha mermado nuestra sensibilidad con respecto a los aprietos de los demás. Tenemos que recuperar nuestra tendencia natural hacia la generosidad.
Capacitar a la juventud en la esfera del aprendizaje social y emocional puede ayudar a promover los actos de generosidad. En los últimos a?os, se ha erigido el aprendizaje social y emocional como un conjunto de competencias (Durlak et al., 2011) a través del cual las personas reconocen y controlan las emociones, detectan los fines positivos, muestran empatía con los demás, adoptan medidas constructivas y promueven la prosperidad humana. Un marco de esta clase, denominado EMC2 (por sus siglas en inglés) (Singh y Duraiappah, 2019), trata de ofrecer capacitación explícita en cuatro competencias, a saber, empatía (E), conciencia plena (M), compasión (C) y examen crítico (C), a fin de fomentar la generosidad y promover los comportamientos prosociales.
La empatía es la capacidad general de reconocer las emociones y conectar con la situación emocional de los demás, por ejemplo, la felicidad, el entusiasmo, la tristeza o el miedo. La empatía está integrada de forma natural en el cerebro humano, en la “red de neuronas espejo” (Baird et al, 2011), y constituye la base de la estructura social.
La conciencia plena es el autocontrol y el desarrollo de la concienciación, que surge al prestar atención a las experiencias del momento actual (Jon Kabat-Zinn, 2013). Está dise?ada para crear conciencia sobre a) dónde reside la atención; b) cómo se experimentan las emociones y los sentimientos en el cuerpo; y c) cómo pueden influir los pensamientos, las creencias, los valores y las emociones en la capacidad de las personas de prestar atención y controlar las emociones.
La compasión, al igual que la generosidad, es la capacidad de adoptar medidas positivas para aliviar el sufrimiento de los demás. Para ello, se requiere una acción conductual motivada por la necesidad y el deseo de mejorar el bienestar ajeno, y constituye la base fundamental para promover el comportamiento prosocial.
El examen crítico es la capacidad de cuestionarse y evaluar de manera constante las decisiones, las acciones y los cambios conductuales a través de la observación, la experiencia, el pensamiento, el razonamiento y el juicio.
Es necesario practicar y experimentar cada una de las competencias del aprendizaje social y emocional para poder aprenderlas; la belleza de este proceso de aprendizaje reside en que aumenta la amabilidad de las personas. Distintas investigaciones revelan que el acto de dar produce en realidad el neurotransmisor de la serotonina responsable de la sensación de bienestar, de manera que aumenta la felicidad (Luks, 1988). Los actos constantes de generosidad ponen en marcha una espiral ascendente de felicidad, invierten la espiral descendente de la depresión y reducen los niveles del neurotransmisor negativo del ácido γ-aminobutírico (GABA) (Esch y Stefano, 2011).
La generosidad, la gran ausente de la Agenda 2030, quizás sea la única manera de alcanzar nuestros objetivos.
Un llamamiento a la acción dirigido a la juventud mundial, para que multiplique y celebre sus actos de bondad, contrarrestará de forma significativa la dosis diaria de noticias e informaciones negativas que recibimos a través de las plataformas de nuestros medios de comunicación. En muchos sentidos, actuar de un modo generoso es una forma de protestar contra la tendencia actual de perseguir la felicidad aumentado el consumo personal y tratando de conseguir lo máximo posible para uno mismo. La generosidad, la gran ausente de la Agenda 2030, quizás sea la única manera de alcanzar nuestros objetivos.
Referencias
Baird, A. D., Scheffer, I.? E. y Wilson, S. J. “Mirror neuron system involvement in empathy: A critical look at the evidence”. Social Neuroscience, vol. 6, núm. 4, págs. 327 a 335, (2011). Disponible en: https://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/17470919.2010.547085.
Durlak, J. A.,?Weissberg, R. P.,?Dymnicki, A. B,?Taylor, R. D. y Schellinger, K. B. (2011). “The impact of enhancing students' social and emotional learning: a meta-analysis of school-based universal interventions. Child Dev.?Vol. 82, núm. 1, págs. 405 a 432. Disponible en https://casel.org/wp-content/uploads/2016/06/meta-analysis-child-development-1.pdf
Esch, Tobias y George B Stefano. “The neurobiological link between compassion and love”. Medical science monitor: international medical journal of experimental and clinical research. Vol. 17, núm. 3 (2011): RA65-75. doi:10.12659/msm.881441.
Kabat-Zinn, Jon, Full catastrophe living: using the wisdom of your body and mind to face stress, pain, and illness (New York, Bantam Books, 2013).
Luks, Allan, “Doing Good: Helper's High”, Psychology Today. Vol. 22, núm. 10 (1988).
Singh, N., C. y Duraiappah, A.K., (2019) “EMC2 – a whole brain framework for social and emotional learning”. Documento de posición del Instituto Mahatma Gandhi de Educación para la Paz y el Desarrollo Sostenible (MGIEP) de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
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1 de noviembre de 2019
La Crónica ONU no constituye un registro oficial. Las opiniones expresadas por autores individuales, así como las fronteras y los nombres mostrados en las designaciones utilizadas en los mapas o en los artículos no implican necesariamente un apoyo o una aceptación de carácter oficial por parte de las Naciones Unidas.
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